Mucho se ha escrito de un sabio tan pobre que solo se alimentaba de las hierbas que recogía, y de otro sabio, mas paupérrimo si cabe, que comía las hierbas que el otro arrojaba. Sin embargo, pocos conocen la historia del tercer sabio, tan mísero, triste y humillado, que para sobrevivir tuvo que comerse a los otros dos. Texto: Patricia Gutiérrez Ilustración: Arturo Abad
Cuando era niña volabais tan cerca. Si saltaba casi podía tocaros. -Lo recuerdo -dijo él- pero siempre os empeñabais en regresar al suelo. -Para saltar de nuevo mas alto -protestó ella- y un día os marchasteis. La noche quedó vacía. Ahora solo se ven cometas cada cincuenta años. -No podíamos quedarnos. Lo siento mucho. -Os echamos de menos -confesó con los ojos empañados- ¿Fue por nuestra culpa? -No, pequeña amiga, vosotros solo jugabais con cometas. -¿Entonces qué ocurrió? El la miró de cerca, flotando suavemente, con restos de sol en la cola y en los ojos. -Fueron las cuerdas. -¿Las cuerdas? -se sorprendió- ¿Qué les pasó? -Qué dolían -respondió el cometa. El aire se llenó de polvo estelar cuando el astro se giró para marcharse. Antes de que se alejara, la anciana estiró los brazos y saltó por última vez. Texto: Arturo Abad Iluztración: Patricia Gutiérrez