martes, 18 de abril de 2017

CUANDO LLUEVE, LA CIUDAD SE VA

A veces, cuando llueve, la ciudad se va.
Se despereza estirando las plazas empedradas.
Agita las copas de los árboles
y las aceras se cubren de hojas cansadas.
Las ventanas se abren para mirar:
Unas de par en par, expectantes,
otras entornadas, adormecidas.
Los charcos se deslizan entre las grietas de los adoquines y avanzan hacia abajo,
buscando la tierra más profunda, el punto de apoyo donde se asientan los cimientos.
Entonces las calles se tensan, las esquinas se desdoblan, bostezan los parques,
y la ciudad se levanta. 
Su andar es joven como su historia. Va sin destino. Un lugar caminando hacia ningún lugar.
Se detiene junto a otra ciudad más vieja. Sus fachadas están llenas de hollín, sus bibliotecas de libros gastados, recuerdos de tiempos perdidos por errores que no quiere repetir.
La vieja ciudad le cuenta historias, comparte todo lo que ha aprendido mientras ella escucha y aprende. Después sigue su camino.
Pronto deja atrás las últimas aldeas y se extraña al sentirse tan cómoda rodeada de bosques. Los robles inmensos la miran con curiosidad y doblan las ramas para intercambiar con ella semillas y pájaros. La ciudad ríe. Abre sus túneles y deja que la brisa corretee a sus anchas. Por un día, quiere oler a hierba y a madera.
Sigue caminando. Las montañas resuenan con el eco de su andar.
 De la nada surgen máquinas gigantes que se apelotonan a su vera: camiones rebosantes de carga, aviones y tanques que le hablan de prosperidad, riqueza, de una paz que solo se alcanza tras una guerra interminable.
Recuerda las historias de la vieja ciudad, cierra sus puertas para no escuchar y sigue caminando.
La senda termina bajo sus pies. Un mar en calma la invita a sentarse en la orilla donde rompen las olas indecisas.
Ella las mira jugar, preguntándose si quizás, debajo, duermen ciudades de sal.
De pronto, llega la noche reptando por la arena, toca los pies de la ciudad y se introduce a tientas por sus calles dejando tras de sí una estela de farolas encendidas. A lo lejos se encienden otras ciudades. El aire y la distancia las hace tiritar. La luna menguante contempla como la tierra se pinta de galaxias amarillas.
Las ciudades sueñan. Sus sueños son de humo y se evaporan con la brisa, o se posan como escarcha en las estatuas de las plazas. Algunos se enredan en el pelaje de los gatos nocturnos y viajan de callejón en callejón en busca de una buhardilla en la que aguardar, pacientes, a ser soñados.
El alba irrumpe juntando aurora y madrugada. Las luces se apagan. La ciudad sacude la noche de sus hombros y desanda el camino de regreso.
Su colina espera. La ciudad se asienta en su regazo y los ladrillos se recolocan con un suave bostezo.
Letreros, señales, buzones, sonríen a la mañana y las aceras se retraen al abrigo de los portales. Sus habitante invaden el fresco del amanecer. Ríen, callan, miran, besan, colorean el aire de historias. El repicar de sus pasos, lluvia de granizo, crece hasta convertirse en el retumbar de un mismo latido.
Un solo latido.
Todavía queda sal en los bordes de las aceras.
Y las farolas duermen, soñando que fueron estrellas.

Texto: Arturo Abad
Ilustración: Patricia Gutiérrez

miércoles, 4 de enero de 2017

DOS DOCENAS DE HUEVOS: CUENTO DE NAVIDAD

CUENTO DE NAVIDAD





El hombre blanco se postró en el suelo.

-Venimos de muy lejos-anunció-portamos oro, mirra e incienso.

Pero el lobo, después de zamparse una mula, un burro, una pareja de hebréos y al niño que había en un pesebre, respondió:

-Estoy lleno.

Los tres reyes se miraron pensativos.

-The show must go on-dijo el hombre negro, y por la boca del lobo entró una comitiva de reyes, pajes, camellos, y la carroza de unos grandes almacenes lanzando caramelos.

Entonces llegaron los pastores.

-Traemos una ofrenda de leche y miel-dijeron-para el hijo de dios padre que en Belén ha nacido.

-No fuedo comed nafa más-insistió el lobo.

Los pastores dudaron unos instantes.

-The show must go on-dijo una oveja, y garganta adentro caminaron trescientas cabezas de ganado, cincuenta profesionales del pastoreo, un ángel, doce patos, tres operarios de luces navideñas, un señor buscando sitio para hacer de vientre y una paloma con aires seductores a la que San josé miraba con malos ojos.

-¿Puedo entrar yo también?- preguntaron unos ojos en la oscuridad.

-¡Clado! ¡Fidfete tú mismo!

Y en el interior de la barriga de la bestia, el segundo lobo adelantó a los pastores, a las ovejas, a s reyes, y se situó en primera fila, se coló a hurtadillas en el pesebre, y se relamió los bigotes.



Texto: Arturo Abad
Ilustración: Patricia Gutiérrez






lunes, 2 de enero de 2017

"CAMINO DE IDA" DE VIOLETA SERRANO


CAMINO DE IDA (COMO SI FUERA LEGIÓN)


Como si fuera legión
de Desdémonas escotadas
en un lago invariable.
No hay rémoras de luz 
de esa luz de antes 
que es ahora y fue
y tal vez
no sé, digo,
que tal vez sea,
un jugo de pasado
exprimido con saliva de ausencias.

Falta un suelo propio
en el que perder los pasos
falta
un níquel de esporas
en que sublimar los llantos.

Cuando el camino está en los dedos 
de las manos
y el estímulo del beso
patina en los mismos labios.
ahí es, digo,
cuando se mueve de vuelta el piso
y escribes
en la boca de los sapos
palabras que han entrado
a hacerse espacio
en la glotis
en el pez sin voz
de tu cuerpo exiliado.

Camino de Ida, Violeta Serrano
Ilustración: Patricia Gutiérrez

FELIZ AÑO 2017!!!!


domingo, 25 de diciembre de 2016

DOS DOCENAS DE HUEVOS: ESCAPE DE BELÉN


DOS DOCENAS DE HUEVOS: ESCAPE DE BELÉN





-Me persiguen-dijo la estrella.

-¿Quién?

-Tres hombres y tres camellos.

-Corre-dijo el niño-. Yo los distraeré.

-Me persiguen- dijo el ángel.

-¿Quién?

-Pastores y ovejas.

-Corre-dijo el niño-. Yo los distraeré.

-Me persiguen-dijo Dios.

-¿Quién?

-Templos y sacerdotes.

-Corre-dijo el niño-. Yo los distraeré.


Texto: Arturo Abad
Ilustración: Patricia Gutiérrez

martes, 6 de diciembre de 2016

DOS DOCENAS DE HUEVOS: A MI PUERTA LLAMÓ EL MAR


A MI PUERTA LLAMÓ EL MAR




Mi pueblo es de montaña, pero huele a sal, y por las noches brilla más que otros pueblos.

La razón es que, a veces, a mi puerta llama el mar.

No parece embravecido ni nada, solo algo triste.

¿Está aquí la Luna?, me pregunta.

Hoy no la he visto, respondo.

Lástima, dice el mar, y va a probar en otra casa.

Por la tarde vuelve a llamar. Huele a sirenas, barcos y arrecifes. Parece preocupado. Lo sé por la ballena azul que da vueltas y vueltas en su barriga de agua.

¿Está aquí la luna?

Lo siento, hoy tampoco ha venido.

Se marcha como se van las olas, con dudas, tiñendo de espuma y nostalgia las orillas de las casas.
A la tercera noche lo invito a pasar. Lo siento junto al fuego mientras llora. Solo sonríe un poco cuando le ofrezco un té de algas rojas.

Cuando la luna está contigo, me dice el mar, te sale un camino de plata y te llenas de estrellas. Pero lo más importante es que ríes tanto que bailas, y sueñas, claro. Los mares soñamos todo el tiempo, sin embargo, los sueños de la luna saben mejor ¡La echo tanto de menos!

-Seguro que viene tarde o temprano -le tranquilizo-. La luna suele regresar.

El mar me da las gracias. Recoge sus lágrimas perladas y vuelve a ocuparse de la marea, no se vaya a desbordar. La calle queda vacía, el empedrado se relaja.

De pronto, dos golpes tímidos de luz.

-¿Está aquí el mar?, pregunta la luna.

Me llevo la mano a la barbilla.

-Hoy tampoco ha venido, respondo yo.

Me han dicho lo mismo en todas las casas -se lamenta- ¿Te importa si vuelvo mañana?

Claro que no, luna -le digo- puedes volver siempre que quieras.

Cuando la luna se va, en las ventanas de mis vecinos resplandecen dorados brillos, lo mismo que la mía cuando en mi pecho surge un camino de plata y me lleno de estrellas. Salimos y bailamos ¡Cómo bailamos! La plaza se llena de risas y luceros y danzamos como niños hasta que la aurora nos desvela como gotas de rocío. A casa nos retiramos, es la hora de soñar, sueños de sirenas, barcos y arrecifes, que mi pueblo es de montaña, pero huele a sal, y por las noches brilla más que otros pueblos.



Texto: Arturo Abad
Ilustración: Patricia Gutiérrez