martes, 30 de agosto de 2016

DOS DOCENAS DE HUEVOS: SOY CATADOR



SOY CATADOR



Soy catador.
Cato todo lo catable.
Y no hay forma de descatar lo que yo cate. 
Hace tiempo me propuse catar el mundo entero.
Quise probar el sabor a río. Lo busqué en el agua y los cantos rodados,
en la quilla de una barca, en una rivera. 
Entonces me comí una trucha.
Y descubrí que la trucha sabe a río.
Quise probar la tierra.
Ni piedras, ni barro, ni liebres, ni flores, ni hierba.
En la huerta, en una remolacha recién cogida. Ahí estaba el sabor a tierra.
Con el fuego no tuve ni que buscar. De casualidad lo hallé crujiendo en los bordes de la carne asada.
Y un percebeiro se jugó la vida en un acantilado, para darme a catar las olas del mar.
Pero por más que busco, y mira que he buscado,
no encuentro nada que tenga sabor a cielo.
He probado aves, peces voladores, jirones de niebla,
y nada, no hay manera.
Por eso señorita, espero que entienda
que por el bien de la alta cocina
es absolutamente necesario
fundamental, e indispensable
que pueda probar un trocito de usted.

Texto: Arturo Abad
Ilustración: Patricia Gutiérrez

martes, 23 de agosto de 2016

DAMIÁN

DAMIÁN



Mi madre se llama Consuelo, pero es la persona que peor consuela del mundo. Lo que sí que hace muy bien es coser y además le encanta. Cuando era pequeña era ella la que confeccionaba toda mi ropa y la de mis muñecas. Si había un acontecimiento importante la prenda era encargada a la modista del barrio. Esta señora de edad indeterminada te tomaba las medidas mientras comentaba lo que habías crecido y lo bien que te iría una falda pantalón con un estampado de flores.

El nieto de la modista se llamaba Damián. Sólo venía unos días en las vacaciones de verano. Tenía la mirada típica de los niños de ciudad que no saben manejar la libertad que de repente se les concede cuando llegan al pueblo. Salía a jugar con nosotros. A la hora de la merienda la modista se asomaba  a la ventana y gritaba su nombre alargando la última a de una forma muy exagerada: ¡Damiáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan! Todos veíamos como él se estremecía y acudía obediente al reclamo. Era el que más tardaba en merendar de todos. Un rollo.

miércoles, 10 de agosto de 2016

DOS DOCENAS DE HUEVOS: MI ABUELO

MI ABUELO


En mi pueblo las flores no huelen.
Mi abuelo les robó el olor.
Dice que, en la piel de mi abuela,
el aroma de las flores queda mejor.

En mi pueblo no corre el viento.
Mi abuelo lo robó.
Dice que, en el pelo de mi abuela,
la brisa queda mejor.

En mi pueblo no hay luna.
Mi abuelo la robó.
Dice que, en los ojos de mi abuela,
la luna queda mejor.

La gente se enfadó.
Acudieron a casa de mi abuelo,
querían una explicación.
Mi abuelo habló desde la ventana.
-¡Ahora en el pueblo hay poesía!
¡Eso les convenció!
se marcharon la mar de contentos.
Esa misma tarde mi abuelo robó la poesía.
Dice que, en la boca de mi abuela,
los versos quedan mejor.

Texto: Arturo Abad
Ilustración: Patricia Gutiérrez

miércoles, 3 de agosto de 2016

EL CONSULTORIO


Cuando era pequeña me gustaba pasar por la tienda de mi padre para verlo trabajar. Siempre podía coger un cucurucho de papel con muchas aceitunas y sentarme en el escalón de la entrada a comerlas con mi amiga María que vivía muy cerca. Mi padre no paraba de hablar y siempre se interesaba por la salud de sus clientas, o por algún familiar que trabajaba en el extranjero o por algún hijo que se acababa de casar. A la gente le gustaba hablar con él y eso se notaba.

Todavía hoy me siguen encantando las aceitunas aunque ya no las tome en un cucurucho de papel o ya no las pueda compartir con mi amiga. Todavía hoy hay clientas de mi padre que siguen viniendo a la tienda aunque haya muchas que han pasado a mejor vida. Todavía hoy mi padre sigue bajando a la tienda a pasar consulta aunque ya haya cumplido 65 años. Porque en realidad lo que mi padre ha tenido toda la vida es un consultorio, y ese amigos míos, es un negocio muy difícil de abandonar.