domingo, 30 de octubre de 2016

LA FIESTA


Cuando era pequeña en la víspera de todos los santos, mi madre me llevaba al cementerio a limpiar tumbas. Yo no entendía muy bien por qué íbamos pero HABÍA que hacerlo. Dejarlas impolutas. Ese contacto difuminado con la muerte a golpe a de bayeta y flores de plástico era suficiente hasta el año siguiente.

Para las personas mayores que yo conocía la muerte estaba mucho más a la orden del día. Un difunto siempre implicaba una salida, un reencuentro con conocidos, una excusa para pintarse los labios y ponerse la chaqueta nueva que reservabas para ir al médico o a misa. Una especie de fiesta agridulce que daba para hablar varios días. Ya si te morías el uno de noviembre era la leche.